La vida en Cristo es lo más maravilloso que puede existir; sin embargo, hay que aprender a vivirla. Muchas personas se acercan a la Iglesia buscando la solución a sus problemas y, en efecto, es precisamente en la Iglesia donde pueden encontrar dicha solución; pero acercarse a la Iglesia no es lo único que las personas deben hacer. La vida cristiana abarca mucho más que asistir a un templo cristiano. En este caminar con Cristo, frecuentemente se ven creyentes desfilar por la Iglesia; creyentes que se entregan a Cristo y se bautizan, pero después —cuando vienen los problemas o las dificultades— lamentablemente abandonan el Camino. Esto sucede probablemente porque ellos no estaban listos para servir a Dios, o quizás porque no conocieron lo básico de la vida cristiana. En este capítulo, el lector aprenderá precisamente eso, cómo se vive la vida cristiana, y qué es lo que Dios espera de él. Además, ofreceremos varios consejos para que este camino sea una experiencia de bendición.
I. ENTENDIENDO LA VIDA CRISTIANA
Se entiende por vida cristiana aquel estilo de vida que adopta el creyente al convertirse a Cristo; la forma de vivir que Jesús enseñó por medio de sus Apóstoles y su Iglesia que Él estableció. En otras palabras, cuando alguien es llamado por Cristo, hay una conversión a una nueva vida, a un nuevo modo de ser y a un nuevo ámbito al cual pertenecer. El apóstol Pablo declara esto enfáticamente: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” 2ª Corintios 5.17. Toda persona que se ha convertido a Cristo experimenta un cambio de vida, incluso un cambio de oficio o actividad. Veamos algunos ejemplos.
Pedro y Andrés fueron los primeros que reclutó Jesús para que fueran sus discípulos, con unas palabras tan poderosas como estas: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres.” Mateo 4.19. Ellos eran pescadores de oficio, que al ser llamados por Jesús no dudaron en dejar sus redes y seguir al Maestro. De allí en adelante los vemos en el Evangelio y el libro de los Hechos caminando con Jesús, haciendo las cosas que Jesús hace y, por último, dirigiendo la Iglesia del Señor.
Jacobo y Juan también cambiaron de vida y de oficio; así como Pedro y Andrés, ellos eran pescadores, pero cuando fueron llamados por Jesús, dejaron las redes —y a su padre— y le siguieron (Mateo 4.21-22). Jacobo y Juan entendieron que una nueva etapa de sus vidas iniciaba ese día, y por lo tanto aún su oficio de siempre debía ser cambiado por uno nuevo: el de “pescadores de hombres”. El hecho de dejar las redes —que representaban el método de generar sus ingresos, el sustento de sus respectivas familias— significó para ellos entrar en una etapa de total dependencia de Jesús, bajo la promesa de que nada les faltaría; también implicó la conexión a una nueva familia, pues dejaron a su padre para ser adoptados en la familia de Jesús.
Mateo era un cobrador de impuestos que dejó su trabajo remunerado por seguir a Jesús (Mateo 9.9). De la misma forma que los pescadores, Mateo se lanzó en una aventura seguramente sin precedentes en su vida. Desde el momento que fue tras Jesús, Mateo dependería de lo que Jesús hiciera por él, ya que su labor como cobrador de impuestos había quedado en el pasado.
Pablo, otro ejemplo, era un Judío celoso de la ley que perseguía a la Iglesia creyendo que hacía un bien a la fe de su nación; pero cuando fue confrontado por Jesús, cambió su manera de vivir. Dios trató con él enérgicamente, dejándolo ciego; pero al recibir a Cristo y ser bautizado, fue sanado y comenzó a predicar el Evangelio de inmediato. Hechos 9 (estudiar este capítulo) nos dice que la gente se quedaba atónita al oír a Pablo.
Estos ejemplos bíblicos nos enseñan que todo aquel que es llamado por Jesús a seguirle, tendrá que dejar algo, o cambiar algo; y comenzar una nueva vida. Cuando tú hiciste el compromiso de servir a Jesús, diste inicio a una nueva etapa de tu vida; pero necesitas aprender a recorrer la misma; a vivir apropiadamente tu nueva vida en Cristo.
II. LA VIDA CRISTIANA ES UNA CARRERA
Una excelente analogía para ilustrar la vida cristiana es la carrera de atletismo; Pablo emplea dicha analogía en algunas de sus cartas. Tomemos este asunto en consideración. La vida cristiana, según el apóstol Pablo, se asemeja a una carrera de atletismo donde todos somos corredores (2ª Timoteo 4.7). Según el Apóstol, todos los creyentes estamos en una carrera que comenzó el día en que fuimos bautizados y terminará cuando el Señor decida llevarnos con Él. Pablo dice también que todos debemos correr para obtener el premio (1ª Corintios 9.24). De esta analogía podemos aprender varias cosas, que detallaremos a continuación.
A. Las carreras y su semejanza con la vida cristiana
En el atletismo existen varios tipos de carreras, por ejemplo, las carreras de media y larga distancia, las carreras con obstáculos, las carreras de relevos, y las carreras de campo; entre otras. Algunas de las carreras que se practicaban en el tiempo de los Apóstoles —y todavía hoy se practican— guardan una estrecha relación con la vida cristiana. Veamos:
1. Carreras de larga distancia. Son las carreras más largas del mundo del atletismo. Las distancias de estas carreras varían desde los 5.000 m. hasta los 42 km. que es la distancia del Maratón. La relación de este tipo de carrera con la vida cristiana se encuentra en el hecho de que la carrera cristiana no es de corta ni de media distancia, sino larga; es una carrera que dura toda la vida. Como creyentes, debemos entender que ser cristianos es una carrera para toda la vida, y no solo para unos meses o años. ¡Uno debe ser cristiano hasta la muerte!
2. Carrera con obstáculos. En esta carrera, el atleta debe completar cierta distancia saltando sobre unas barreras que están sobre la pista. Las barreras son colocadas estratégicamente en el camino del atleta y están diseñadas para hacerlo caer. Del mismo modo, en la carrera cristiana se presentan muchos obstáculos que el enemigo pone en nuestro camino con el solo propósito de hacernos caer.
3. Carreras de campo. Este tipo de carrera es uno de los más difíciles pues, al correrse en campo abierto, el corredor puede encontrarse con prácticamente de todo en su camino. El atleta quizás deba atravesar valles, montes, ríos y otros tipos de terreno difíciles de cruzar. La carrera de campo es una de las que más se asemeja a la vida cristiana, pues uno sencillamente no sabe con qué se va a encontrar en este camino; pero ¡gracias a Dios! Cristo va con nosotros.
B. Consideraciones sobre la carrera cristiana
1. Se tiene que correr toda la carrera. En competencias como las que hemos analizado, se tiene que correr hasta el final. No es válido correr sólo parte de la carrera; la misma ha de ser completada. ¿Cómo puede alguien ganar, si no llega a la meta final? De igual manera en la vida cristiana: nadie es coronado sino llega hasta el final.
2. El corredor no debe detenerse o abandonar la carrera. En esta carrera, si uno se detiene, alguien más se queda con el premio. Pablo insta a los creyentes a correr hasta obtenerlo (1ª Corintios 9.24). En la carrera cristiana, no cuentan los años que un creyente corra, o lo rápido que corra; sino que llegue hasta el final.
3. Esta carrera se tiene que correr con paciencia. Uno de los elementos fundamentales de la vida cristiana es la paciencia. Si uno no está dispuesto a tener paciencia, pronto se desesperará y —claro está— se rendirá. Acerca de esto, la Biblia nos dice lo siguiente: “…despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante.” Hebreos 12.1.