Para la mayoría de personas la felicidad y la alegría son relativas. Algunos las equiparan con las posesiones materiales, otros con la salud y la tranquilidad; otros tienen diferentes barómetros para medirla. La gente a menudo reza pidiendo el “milagro” que les traerá felicidad y alegría a su vida. Por supuesto, tal “milagro” no existe. El único milagro maravilloso que Dios nos da en forma constante es la felicidad de saber que no estamos solos… que Dios siempre nos acompaña. Incluso cuando nos sentimos más solos es cuando Dios está más presente de forma sutil.
Los milagros suceden constantemente a nuestro alrededor. Simplemente debemos abrir los ojos para ver la obra de Dios. Su bondad nos rodea como si fueran ondas de radio. No obstante, si nuestros corazones “receptores” no están sintonizados y sincronizados con las “ondas de Dios”, podemos ignorarlas con facilidad.
En esta obra, "¿Por qué no a mí?", Raymond Rodríguez-Torres se inmiscuye y nos enfrenta con la realidad de las obras de Dios en su vida y la de su familia por medio de las palabras y del “milagro” de una niña.
Para quienes lo encuentren difícil de creer, para los que desean creer, el testimonio de "¿Por qué no a mí?" será conmovedor y estimulante… lo fue para mí. Es una obra que no debe dejar de leerse.
Monseñor Pablo A. Navarro
Estoy seguro de que no es nada grave.
La mañana del 11 de julio del 2007 comenzó como muchas otras. Me desperté en una ciudad diferente, en otra habitación de hotel. Ese día habría de pasarlo en Orlando, Florida, lo que era bueno porque estaba cerca de casa. Pronto volvería para pasarla de maravilla con mis chicas: Bella, Rayna y Shannah. Me preparaba para ir a una reunión al medio día después de la cual tomaría un vuelo a las 3 PM que me llevaría a casa en Miami. Trabajo como gerente regional para una importante empresa multinacional y viajo bastante seguido. A las 7:00 AM, llamé a mi casa y hablé con mi muy cansada y preocupada esposa Shannah. Me contó que tuvieron una noche terrible. Bella, mi hija mayor que tenía cuatro años y medio, se había quejado toda la noche de dolores de estómago, se levantaba con frecuencia para ir a la sala, se tropezaba y se caía al suelo constantemente. Para entonces ya Bella no podía permanecer de pie y Shannah estaba muy preocupada. Pude percibir miedo y pánico en su voz. Mi esposa siempre se siente más segura cuando estoy en casa, pero podía darme cuenta por su voz que estaba muy preocupada. El tono de voz iba más allá del “cómo me gustaría que estés en casa”. Hice lo posible por calmar su preocupación y le dije que podría ser que un virus temporal haya entrado en el líquido cefalorraquídeo y que debería llevar a Bella al hospital, pero que no se preocupara porque estaba seguro de que no era nada grave. Shannah ya había hablado con mi padre, quien es pediatra y ex-Jefe de Personal del Hospital de Niños de Miami, que ya se dirigía a mi casa para examinar a su nieta. Bella se había estado quejando de leves dolores de estómago en los últimos días. Su pediatra la vio, le tomaron una radiografía abdominal e incluso un ultrasonido abdominal. Encontraron que tenía gases y sugirieron que se le administraran laxantes para aliviar esta persistente y pesada molestia. Aparentemente, no había nada que fuera de mayor preocupación.
A las 9:00 AM, hablé con mi padre que ya había llegado al hospital con Bella y Shannah. Estaba preocupado. Me explicó que estaban planeando hacer una punción lumbar en Bella para examinar el estado del líquido cefalorraquídeo. Sé que hacer una punción lumbar puede ser un procedimiento estándar, pero el sólo pensar de que iban a insertar una aguja enorme en la columna de mi niña no era exactamente algo que me esperaba. Me sentí muy impotente al no poder estar allí y de no poder hacerme cargo de todo el asunto como normalmente lo hubiera hecho. Pensar que Shannah y Bella estaban en el hospital sin mí me ponía intranquilo. Decidí que dejaría la reunión y me iría a casa. Le informé en ese momento a mi jefa, Sheri Jepsen, todo un ángel, lo que estaba pasando y que pensaba que irme sería lo mejor. Ella estuvo de acuerdo y de hecho suspendió la reunión entera. Estoy tan agradecido por su compasión porque conozco pocos supervisores que hubieran sido tan comprensivos y corteses. Llamé a American Airlines para saber qué vuelos anteriores estaban disponibles. Había un vuelo a la 1:00 PM que podía abordar. Le pedí a la operadora que cambiara mi pasaje. Me informó que no había registro de mi pasaje para el vuelo de las 3:00 PM, pero le reiteré que tenía mi pase de abordaje impreso. ¿Cómo era posible que el sistema no mostrara que tenía un pasaje para ese vuelo? Tras varias idas y vueltas, me informó que tenía que dirigirme al aeropuerto para resolver el problema. Dos de mis colegas, Shari Mitchell y Cliff Jones, que también iban al aeropuerto me llevaron. Cuando llegábamos a la terminal, mi teléfono celular sonó, era mi padre. Me dijo que el neurólogo creía que Bella tenía el síndrome de Gillian Barre. Esa noticia me llegó como si fuera una onda expansiva. Me pilló indefenso. ¡Seguramente había un error. No era posible que fuera verdad! Mi bebita estaba bien cuando me fui de casa. Simplemente tenía un dolor de estómago o un simple virus. El médico se debe de haber equivocado. Inmediatamente, me puse pálido y casi me puse a llorar en el auto frente a mis colegas. Ellos notaron mi reacción a la llamada al celular. Los miré y con voz temblorosa les dije: "tiene una enfermedad terrible", y salí del auto.
Entré al aeropuerto de Orlando en estado de shock. Me concentré en llegar a casa y en abordar el primer vuelo a Miami. Me imaginé que una vez que llegara a casa las cosas mejorarían, que resolvería este error en cuanto llegara al hospital. Simplemente no podía ser cierto. ¡Bella está bien! Sé perfectamente de lo que se trata el Síndrome de Gillian Barre (GBS, por sus siglas en inglés), mi padre lo padeció en 1995. Nunca se me olvidará cuando se lo diagnosticaron. En ese momento, se desconocía un tratamiento preciso para esta enfermedad. Lo que se sabía era que se trataba de una enfermedad terrible en la cual el sistema inmunológico atacaba al sistema neurológico y como consecuencia produce un parálisis que va desde las extremidades inferiores hacia los pulmones. La peor complicación en estos casos es la paralización del sistema respiratorio debido al cual los pacientes fallecen o se les tiene que conectar a un respirador. ¿Cómo es posible que Bella tuviera eso?
Cuando mi padre recibió este diagnóstico, yo estudiaba en Gainesville, en la Universidad de Florida. Vivía los despreocupados días de universidad, un poco de estudio y muchísima diversión. La vida era buena y estaba ocupado recolectando recuerdos perdurables. ¿Por qué se perturbó mi paz? Cuando supe que lo hospitalizaron, fui de inmediato conduciendo mi automóvil hasta Miami. Temía que mi padre muriera y yo sólo tenía 19 años. Recuerdo que rezaba: Señor, por favor, no te lo lleves ahora. No tengo la edad ni la madurez suficiente, lo necesito conmigo. Me aterraba lo que podía pasarle a mi padre. Las noticias llegaron de repente y sin aviso. Cuando llegué al hospital donde estaba mi padre, con ansiedad tomé el elevador y me dirigí hacia su habitación. Nunca olvidaré de lo que pasé al intentar entrar a esa habitación. Podía ver a mi papá en el cuarto, acostado en la cama y mientras yo trataba de entrar, él, desde lejos, me pedía que no lo hiciera en ese momento. Inmediatamente, su abogado, a quien me sorprendí de ver allí, cerró la puerta en mis narices. Mi padre estaba en proceso de actualizar su testamento y última voluntad. Estaba confundido, mi ritmo cardíaco se aceleró y las palmas de mis manos empezaron a sudar. ¿Cómo podía estar pasando esto? Dios, ¿por qué? Me senté afuera de la habitación, solo y muy asustado esperando que alguien me dejara entrar.
Mi padre, como médico, había diagnosticado el GBS y conocía muy bien sus consecuencias. Cuando pude ingresar