Despertar a la realidad…
Me encuentro frente a un auditorio repleto de parejas. Antes de comenzar con mi ponencia, contemplo detenidamente a cada una de ellas... De inmediato puedo advertir en sus expresiones que la gran mayoría de los presentes ha tenido que enfrentar el dolor de la infidelidad. En otra parte del público, descubro que apenas comienzan a identificar rastros de engaño en sus parejas. Pero llama mucho más mi atención el resto de la audiencia, porque puedo ver en sus rostros y en sus posturas corporales que, verdaderamente, creen que a ellos jamás les va a suceder, cuando es precisamente esta la actitud que pone a la pareja en mayor riesgo de sufrir un evento de esta naturaleza.
Como suele suceder, las preguntas de los primeros se concentran en saber si han hecho lo correcto después de haber descubierto al infiel. Los segundos, que presienten apenas que algo anda mal en su relación, desean saber qué deberían hacer si llegaran a confirmar sus sospechas. Finalmente, los terceros solo se divierten observando el emotivo escenario y agradecen a Dios el no estar en el lugar de los primeros o los segundos.
Sé que alguna de las ideas que estoy a punto de explicar podría cambiar significativamente el rumbo de la vida y familia de los que me escuchan. Además, mi esposa y mis cinco hijos que me acompañan en aquel evento, permanecen a la expectativa de lo que estoy a punto de compartir. Yo, comienzo mi exposición:
«He observado tres etapas muy definidas cuando he tratado con el flagelo de la infidelidad. Para comenzar subrayaré, que en consulta, todo lo que secede es información valiosa. La narrativa del paciente, su manera de conducirse al tratar el asunto, sus actitudes y posturas corporales, etc., todo en conjunto nos indica el momento en el que la pareja se encuentra ante un posible acto de infidelidad. Analice conmigo estos tres casos que, claramente, evidencian tres etapas en el proceso del adulterio:
El primer caso es el de una mujer joven, con apenas algunos síntomas de ansiedad y agitación emocional. Su ritmo de sueño ha cambiado en las últimas semanas. Dice que no puede evitar la actividad mental que, según sus propias palabras, “la está volviendo loca”.
Ha perdido el apetito y muy pocas cosas atraen su interés. Ignora las llamadas de sus amigas y, cuando la localizan, rechaza sus invitaciones a salir con ellas. Sus dos hijos pequeños, de apenas cuatro y seis años, afectados naturalmente por las circunstancias, han comenzado a mostrar los mismos síntomas de su madre: no duermen bien, están muy irritables y pelean uno con el otro más de lo acostumbrado. Evidentemente, como producto de que apenas logran captar la atención de su madre. La mujer comienza así su relato:
-Últimamente he visto muy sospechoso a mi esposo. Lo siento distante, aislado! Ha estado muy ausente de casa y, cuando está con nosotros, se ve distraído. Ya no dedica tiempo a nuestros hijos como solía hacerlo. Está muy preocupado por su arreglo personal, de hecho, los últimos tres meses ha estado comprando ropa nueva cada fin de semana. Se mantiene en forma con una dieta muy rigurosa y su ritmo del día ha cambiado mucho. Se levanta muy temprano por la mañana para irse al gimnasio y, por las tardes, permanece más de lo acostumbrado en su oficina. Se justifica todo el tiempo diciendo que tiene mucho trabajo pendiente. También ha estado muy irritable, he notado que se molesta cuando le pido que juegue con los niños. No se separa de su celular en ningún momento, ni siquiera para entrar al baño. Cuando recibe una llamada, ha tomado la costumbre de salir al jardín o a la calle a contestar y se molesta conmigo si le pido cualquier tipo de explicación. No sé si se trata de mi pura imaginación, pero también temo que se esté viendo con otra mujer. Estoy desesperada. Siento que poco a poco pierdo, no solo a mi marido, sino a toda mi familia. ¡No sé qué debo hacer!
El segundo caso, se trata de una mujer con una depresión muy evidente. Ha perdido el apetito en los últimos tres meses y ha bajado notablemente de peso. Se la ve pálida y desganada. Se nota que no ha dormido bien durante los últimos días. Busca ayuda con desesperación. Se presenta en un estado emocional muy agitado. Durante su relato, oscila entre polos opuestos, de un instante a otro se mueve de la tristeza al enojo. Y con sus palabras expresa súplica y reclamo. En cuanto a sus decisiones, vacila entre la duda y la certeza. Con el dolor a flor de piel y con tristeza profunda, llora desconsolada al narrarme los últimos acontecimientos:
-¡Lo he perdido todo! Jamás pensé que a mí me llegara a pasar esto. Todo estaba muy bien. Éramos una pareja feliz. Nos teníamos el uno al otro. ¡Yo creía en él! Pero ahora… no sé qué hacer. Esto duele profundamente. Me ha lastimado como nunca imaginé que lo haría. Me siento devaluada y desechada como un trapo viejo que tiran en un rincón.
En los últimos meses, él había actuado muy raro, distante… bastante ocupado en él mismo y sus asuntos. Invirtió todos nuestros ahorros, que guardábamos para el enganche de la casa que queríamos comprar, en un auto deportivo. Decía que estaba muy estresado y que necesitaba relajarse un poco. Finalmente, no me opuse. Pero me molestaba mucho que este coche se volviera motivo de muchas discusiones, porque cuando subía a los niños, que eran muy pocas veces, se quejaba de que lo ensuciaban o que podían rallar el tablero. Y a mí no me permitía dejar nada en la cajuela de guantes. Yo sentía que poco a poco me excluía, no sólo de su coche sino de su vida. Me volvía loca pensando. Honestamente, quería ignorar lo que ya sospechaba desde aquellos días y que me aterraba desde entonces: que mi esposo me estuviera engañando.