Siempre fui tímida. Me había convencido de que mi historia no era digna de contarse, de que mi voz no era digna de escucharse. Casi no hablaba con la gente, y cuando lo hacía, todos tenían que pegar la oreja a mi boca para escuchar algo. Susurros nada más. En mi mente yacía el pensamiento de que, si hablaba fuerte, la gente se burlaría de lo que yo diría. ¿Para qué hablar? ¿Para qué mostrarle al mundo lo que soy? El mundo estaba lleno de burlas, y eso era todo lo que tenía para darme. Ese era el combustible que alimentaba mi timidez. Sí, el enemigo siempre se encarga de rodearnos de situaciones y personas que refuercen su obra en nosotros. En mi caso, él se encargó de rodearme de personas que me humillaran y se burlaran de mí. Pero la humillación y la burla no comenzaron en la escuela.
Las noches eran eternas con aquellas pesadillas. Era algo que sucedía constantemente. Esa pesadilla en especial se hacía presente casi todas las noches. La cinta corre frente a mí otra vez. Él, ese escalofriante animalillo se sube en mi torso, me ahorca. ¡No puedo respirar! Me ahorca tan fuerte que ni siquiera puedo gritar. ¡Auxilio! Ahora recuerdo lo que me han dicho: «¡Ora!». Pero, ¡no puedo orar! Todo lo que deseo es clamar a Dios, sé que Él me ayudará. Lo escribió Ann: «Ninguna otra arma es formidable para destruir las tinieblas y los demonios. La oración es el arma que blandimos para que todo lo que hacemos sobreviva al fuego». Él lo sabe, y no desea perder la batalla. Ni siquiera puedo pensar. Ahora él me mira a la cara y me amenaza. «Tu Dios no te va a escuchar. No eres nadie. Él no se levantará por ti para defenderte. No eres nadie. No vales la pena».
¿Quién soy yo? ¿Quién soy yo para que Dios se preocupara por que algo me pasara? Nadie. Ese enemigo tiene razón.
Me amenaza. Me ofende. Pero ahora ya no está solo. Ahora vienen ellos, cientos de pajarillos que se burlan de mí. Ellos se burlan de mi debilidad y me dicen que para mi Dios no soy suficiente. Me maldicen. Yo intento clamar a Dios, pero no puedo, ellos ni siquiera me dejan hablar.
¿Quién era yo? ¿Quién era yo para que Dios, ese mismo Dios que creó los cielos y la Tierra, algo tan grande y majestuoso, se preocupara por mí, un ser tan pequeño e insignificante?
¿Por qué esas pesadillas? La inseguridad se apoderó de mí. Se prendió de mis pensamientos poco a poco, hasta hacerse sentir una realidad. Realmente no podré ser como las demás chicas. Yo soy diferente. No soy como ellas. Debilidad. La debilidad entra en mi mente y susurra mi nombre. Mi nombre es su nombre: debilidad. Mi identidad es su identidad: nadie. ¿Por qué pesadillas?
El enemigo deseaba asegurarse de tenerme atada y amedrentada con humillaciones, para que yo no fuera la persona que Dios me diseñó para ser. La inseguridad se apoderó de mí. Yo le entregué las llaves sin resistencia. Ella me hizo susurrar. La alegría se desvaneció. Mi voz se apagó. Susurros salían de mi boca. Susurros nada más.
¿Quién era yo?
Susurros.
Ese enemigo, el enemigo de mi alma sabe que su única arma es la mentira. Mis pensamientos son su blanco. No tiene nada más. Cada hilo de eternidad que ha sido entretejido en mí por el Artesano de mi vida tiene un propósito. Ese Maestro que me pensó en lo más profundo de su ser e inspiró en mi eternidad, me conoce por nombre. Él no me ha olvidado. Él no me ha desechado. El mismo Dios que creó los cielos y la Tierra, me creó a mí. Me creó a mí con amor eterno, me hizo con gran pasión. Él escribió una historia para cada uno de mis días. Su afable rostro sonrió al verme por primera vez. Él me pensó. Su corazón se aceleró al ver su hermosa creación. El enemigo de mi alma no conoce esa historia. Sus ojos no pueden ver esas páginas. Pero sabe una cosa. Sabe que he nacido con un propósito, y él desea apagarlo. Entonces decide colmar mis pensamientos del fracaso que lo llena a él, y pretende hacerlo mío. Mentiras salen de su boca, solo mentiras.
Hay un camino trazado para mí. Fui adornada con joyas especiales que he de compartir con el mundo. Dones y habilidades especiales que el Supremo Dios colocó en cada uno de los seres que Él con tanto cuidado formó. Joyas hechas a mano. Hay una melodía que en su corazón se inspiró para mí. Nadie más puede danzar esa melodía inspirada por la voz de mi Señor para mí. Un baile divino concebido desde la eternidad.
La astucia de ese rival hostil lo lleva a usar ruines armas contra mí. Él quiere ir directo a mi alma, mis pensamientos. Temor. La bandera con la que él y su séquito marchan decididamente en la guerra contra mí dice temor con grandes letras. El temor paraliza. El temor me deja ciega. El temor me deja muda. El temor me impide ver que no tengo nada qué temer. Porque el Gran Yo Soy pelea por mí y me defiende. El temor no me deja ver que para Dios yo no soy lo que se refleja en mi espejo. Su espejo es diferente. Su espejo es amor. Ese adversario no desea que yo lo sepa. Él desea paralizarme y dejarme muda. Él quiere de mí susurros, susurros nada más.