La iglesia es dos cosas a la vez, el instrumento por medio del cual Dios se ha propuesto extender su reino y el cuerpo que se va formando en la medida que se van integrando representantes de todas las etnias. Es instrumento y resultado, es medio y fin.
La iglesia debe ser el único organismo vivo que se va completando en la medida que avanza, crece en la medida que se mueve.
Por lo tanto, la función de la iglesia exige que ésta se encuentre en continuo movimiento, ágil, operativa, liviana, entrenada para entrar en acción, alerta en un medio hostil, ligera de equipaje, sin tierras, sin raíces, con lo justo… todo lo contrario de las megaestructuras que somos actualmente o la infinidad de denominaciones en las que estamos divididos.
Aclaro, una vez más, que cuando hablo de fracaso no me refiero a la Iglesia, el cuerpo de Cristo, la que el Señor se propuso edificar, sino que hablo de la iglesia institucional, la que nosotros hemos inventado, la que se encuentra partida en múltiples denominaciones, la que da nacimiento cada día a nuevos ministerios y organizaciones, cada una con su propia declaración de misión y visión, cada una con sus estrategias, cada una con su modelo que trata de imponer y arrastra en su fracaso a las comunidades locales.
Si esta nueva nación de Dios –la Iglesia- recibió el encargo de extenderse por toda la tierra habitada para hacer discípulos de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, actualmente, y salvo un escaso 5%, rehúye este llamado, no podemos llamarla de otra manera que no sea un fracaso, un gran fiasco.
En vez de avanzar para irse completando, la iglesia se estacionó, se acomodó a su lugar, lo ordenó, lo limpió, lo pintó, lo agrandó cada vez que pudo y se mantiene engordando. Hoy día, la mayoría de los cristianos no mueren flacos y expuestos en los circos, sino que gordos y con el colesterol alto.
Las comunidades cristianas, que inicialmente se expandieron con todo dinamismo por el mundo conocido en ese entonces, sin detenerse en reglas de administración ni en cálculos de ingeniería ni en fijar formas religiosas, a poco andar se inclinaron bajo los principios de la institucionalidad humana, con sus conductas y costumbres, abandonaron la organicidad espiritual donde estaba su fuerza y adoptaron la institucionalidad imperial, menospreciaron la pobreza galilea y admiraron el boato imperial, se cansaron de ser perseguidos por causa de la justicia y se refugiaron en las túnicas de los opresores, se aburrieron de convencer por el Espíritu y eligieron imponerse por la fuerza de las armas o de la ley, se les alejó el reino de los cielos y se acercaron a los reinos de este mundo. Satanás tentó a Jesús y salió derrotado, luego tentó a los líderes de la iglesia y los arrastró hacia su terreno.
Pasaron los siglos y las comunidades se mantuvieron en la tendencia a concentrarse, a estacionarse en determinados lugares con ánimo de permanecer, privilegiando el crecimiento en cuanto al número de individuos, siendo que Dios ha ordenado el crecimiento en cuanto al número de grupos étnicos. Pasó de la comunidad cristiana orgánica a una organización, de una denominación a una empresa y de un ministerio a una transnacional.
Dios dispuso la destrucción del templo de los judíos y el desguace del viejo sistema de adoración formalista, pero los líderes cristianos tomaron la costumbre de construir “templos” por todas partes y establecer un “culto” que no es el que Dios ordenó.
Esto hace que Israel y esta entidad tengan algo en común: El fracaso en seguir su llamado.
El fracaso no consiste en haber creado comunidades, sino en la forma que adoptaron las comunidades que se siguieron estableciendo después que pasaron las primeras generaciones de cristianos.
No puede quedar dudas de que en el avance de la fe hacia territorios paganos era indispensable agrupar a los nuevos convertidos en comunidades que hacían la excepción dentro de la sociedad idólatra y pagana en la que se encontraban. Era el ámbito adecuado para hacerlos discípulos de Cristo, practicando las nuevas costumbres, siendo enseñados en la palabra y la oración, dando testimonio a los de su generación.
¿De qué otra manera un gentil podría instruirse y ser fiel al seguimiento, si no quedaba bajo el cuidado de pastores? ¿Qué sentido podría tener el hecho de que Jesús mismo haya establecido pastores?
No, el problema no radicó en el hecho de haberse creado comunidades, sino en la forma que le dieron los líderes, cuando se empezaron a acomodar al mundo y la vida imperial se volvió su referente. El diablo fue astuto. No pudo impedir el nacimiento de la iglesia, pero adormeció a sus líderes, les concedió honores, les repartió privilegios, los llenó de riquezas, los llevó al pináculo del mundo y desde allí les hizo soñar con el control total, como lo hace todavía.
No todos fueron así, pero se hicieron minoría, como siempre sucede, como son minoría los que hoy se rebelan en contra del mismo adormecimiento que exhibe la iglesia posmoderna.
Siglos más tarde vino la reacción representada por la Reforma Protestante, pero fueron los mismos reformadores los que también frenaron el movimiento comunitario. Está bien, pensemos que no era todavía el tiempo, pero ya no se puede frenar, sino ¿para qué seguir llamándonos iglesia, si existimos para una cosa distinta de la que Jesús quiso?
El fracaso se plasmó en el sistema en el que estamos hoy metidos, con la forma de templos y cultos en sus distintas versiones, agregando confusión y contradicciones entre los que somos de la misma familia de fe.
A los males producidos por la forma que describo, se agregan las teologías modernas que le suman una cantidad de ingredientes que la arraigan más a la tierra todavía.