CAPÍUTLO 1
Una noche mientras dormía, soñé que me encontraba en una dimensión extraña. Sentí que flotaba en un espacio ensombrecido y distante de la tierra. Desde allí contemplaba un horizonte profundo y negro que captó toda mi atención y me lleno de incertidumbre. De pronto, vislumbré una figura que parecía un tren enorme suspendido en ese espacio tenebroso. Mientras trataba de comprender la visión, una fuerza inexplicable me empujó de repente a el último vagón, y me introdujo a través de la estructura sólida sin abrir ninguna puerta y quedé al final de una fila interminable de personas que aparecían de la nada sin previo aviso, tal como me ocurrió segundos antes.
Ya dentro, me esforzaba por hacerme una idea clara de lo que sucedía. Lo que parecía un tren, tenía ventanas y barrotes por el costado izquierdo y por el otro lado era muro sólido. Todos los que llegaban de esa forma, estupefactos hablaban sin control de los momentos previos a esta realidad, de sus vidas y cómo sin explicación aparecieron por este pasillo carcelario, con la sensación espantosa de haber muerto. Sufrían mucho el desconsuelo de asimilar que, definitivamente, todos habían muerto. ¡Que susto! Se sentía un miedo penetrante, mientras aparecían más personas al final de la fila de forma súbita, llenos de desconcierto y angustia.
La percepción palpitante me dejaba en claro que esta no era la entrada al cielo, y que el desfile conducía a un fin nefasto. Sin duda era un desfile de perdición. Yo sentía un nudo asfixiante en la garganta y al borde del colapso una angustia agónica me cruzó la mente al pensar que también estaba muerto, me acordé de Dios y con afán por entender mejor lo que acontecía, pregunté: Señor ¿qué sucede? La respuesta vino a mi mente al tiempo que un ligero empujón me saco de la fila. – No son salvos. Quedé atónito al escuchar tal afirmación, y al ver aterrorizado el desplome de carácter que invadía a los recién llegados con expresiones de tristeza y abatidos cuando se percataban que ya habían perdido sus vidas.
Yo escuchaba conmovido los lamentos dolorosos y las reflexiones que hacían al pasar. Mencionaban planes frustrados; lo que perdieron o dejaron; arrepentimientos tardíos. Algunos no se sentían merecedores de tal situación, otros muy impactados por no haber creído. Cada rostro desfigurado por el dolor me quitaba el aliento y quedé por largo rato inmóvil frente a ese escenario dantesco.
Pero, note algo que me sorprendió. Este grupo se veía como la gente normal que tratamos todos los días. Personas de buena apariencia; gente activa y productiva, empleados de buen aspecto, educados y formales, lo que es usual denominar como gente de bien. Entonces pregunté:
-Señor ¿Por qué estas personas? Y vino la respuesta -No obedecieron mi mandamiento de amar al prójimo como a sí mismo.
Al conocer la respuesta aumentó mi preocupación y desperté sobresaltado en mi cama. Di gracias a Dios por el gran alivio que sentí al ver que se trataba de un sueño. Pero, duré despierto mucho tiempo tratando de entender lo sucedido. Se agolpaban en mi mente las imágenes de ese escenario desgarrador y sentía temblor al repasar esa marcha dolorosa y triste. Recordé al instante que el Señor Jesús dijo “Allí será el lloro y el crujir de dientes” Mateo13:50, RVR1960.
Las palabras del mandamiento de amar al prójimo como así mismo, me rondaban en la cabeza casi hasta el dolor. Sentía la presión de unas letras grandes y pesadas. Pensé en la cantidad de veces que había leído el pasaje bíblico en más de 40 años y siempre lo entendí como, un mandamiento fácil de cumplir. A mi modo de ver, parecía suficiente con practicar un trato amable y cordial acompañado de una sonrisa, un apretón de mano, con muestras de compañerismo y solidaridad, con expresiones de aprecio, siempre respetuoso y decente, lejos de cualquier idea que pudiera hacer daño. Pero dada la situación, es evidente que algo falta para cumplir el mandato Divino. Con seguridad, lo percibo de forma superficial.
Los rostros que vi en el sueño, consumidos de amargura por la terrible sorpresa de haberlo perdido todo, hasta la vida y la salvación, no se apartaban de mi mente. Me propuse saber porque ese grupo, que parecía tan normal, no tuvo un final feliz.
Me dedique a repasar las referencias bíblicas al mandamiento de amor, con el fin de descubrir esa dimensión que no he logrado entender y focalizar los tropiezos que nos sacan del camino de la salvación. De manera simultánea a mis lecturas, observé por largo tiempo, el comportamiento humano en todas sus actuaciones, para determinar las equivocaciones más comunes frente a este tema tan importante.
Como resultado, se puede afirmar que efectivamente, como sociedad en general, procuramos manejar las relaciones interpersonales de forma cordial, respetuosa y con muestras de afecto. Pero, ésta es la cara de mostrar cuando estamos frente a las demás personas o, cuando tenemos interés especial en un grupo humano. Ya, a espaldas es diferente, desaparecen las amabilidades y podemos pensar mal, hablar mal o incluso actuar en contra de nuestros semejantes. Con gran preocupación debo admitir, que la mayoría incumplimos el mandamiento y estamos en riesgo inminente de perder la vida eterna.